
Vemos lo que nos han enseñado a ver. Percibimos el torrente de impresiones del mundo como objetos ordenados que tienen sentido. El sentido no está en el mundo, está en el lenguaje que hace hablar al mundo. El lenguaje estructura las percecpciones y las pone masticadas frente a la consciencia. Se nos educa la percepción como se nos educa el gusto para que las cosas signifiquen de una determinada manera. Y el problema es que esa educación de la percepción es incompleta y no cubre la gama de nuestras fantasías. Especialmente no cubre las fantasías que, según se nos dice, no debemos tener.
El lenguaje hace que parezca obvio o lógico que El libro de la selva no sea una película gay. ¿Por qué iba a serlo? Se hizo para niños y para ganar dinero. No hay nada en las intenciones que la articulan que sea gay. Y sobre todo hemos aprendido a leerla así: como un producto Disney, como una película para niños, en todo caso como una adaptación (simplista) de Kipling. Lo que sea.
Pero el caso es que lo que digo de la película en la entrada anterior también es una verdad de la película. Mi fantasía con Baloo a los ocho años era real. La película hace que la piel del muchacho esté eróticamente cerca del cuerpazo del oso. Es un film sorprendentmente táctil. No es que haya que verlo todo de manera literal, pero el tacto es tacto, y uno no es de piedra. Supongo que no todos necesitarían abrazos de oso a los ocho años, y que no todos los que lo necesitaban acabaron siendo gays. Pero como yo sí, he podido ver cierta continuidad entre mis fantasías infantiles y el significado de la película. Yo no sé si los dibujantes y guionistas de Disney eran totalmente inocentes, si no vibraban con el tacto, si de verdad vivían en un mun
do totalmente desensualizado o eran tan heteros que el toque entre criaturas masculinas no significaba nada. O creían que un oso no podía ser erótico. Pero para cualquier individuo que sienta con el cuerpo y que eche en falta el calor de un cuerpo, la realización de ese deseo en imágenes ha de resultarle fascinante. Una campanita suena dentro de uno. Y no se olvida.

La mirada insumisa es precisamente esto. Reconocer que lo que nos gusta de una película no siempre está en la línea de lo que debería gustarnos. Creo que cada espectador lee el entramado de imágenes y motivos de las películas según lo que sabe, y cada espectador siente una película de manera diferente. Pero creo también que hay imágenes que generan sistemáticamente, en muchos espectadores, respuestas comunes. Del mismo modo que hay muchas lecturas de los entramados abstractos de un tapiz y ciertos individuos verán significado donde solo hay geometría.
Y ciertos significados que sólo descubrimos a partir de sentimientos, conocimientos o necesidades muy personales resulta que son compartidos. Y a lo mejor incluso han sido puestos ahí para eso. Por otros insumisos.
Es un oso (macho) y una pantera (hembra). Lo único que puede haber es una hibridación, como mucho; tampoco es muy sano, pero qué se le va a hacer. Otra cosa es la opción sexual de los bichos, pero eso ya es harina de otro costal.
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