
En Farenheit 451, Ray Bradbury imagina un mundo sin libros por razón de estado, en el que cierta gente se exilia y memoriza los textos de los libros. Ray Bradbury no podía saber que esa era se acercaba, y tampoco podía adivinar cómo llegaría. Hoy leía una reseña del último libro de Lluis Maria Todó en la que se proponía algo similar: el escritor como alguien que recuerda, como un receptáculo no ya de la gran literatura, en su caso Proust y Stendhal, sino de la literatura como sentida, experimentada, vivida por un ser humano. Los libros no pueden ser nunca items en una lista. Los libros existen si hay gente que los recuerda y que pueden transmitir lo que los libros le comunican. La experiencia de la literatura no es algo objetivo, cuantificable, tiene que ver con la transmisión de la memoria cultural, con lo que nos dicen las palabras a cada uno de nosotros. Por supuesto esto no se aplica sólo a la literatura: cada oyente informado de Wagner, aquellos a quienes realmente les apasione y sientan Wagner, actualiza a Wagner y lo hace su contemporáneo. No siempre tendremos ocasión de comunicarlo: cada vez más Wagner, como Stendhal y Proust, son meros títulos que pueden circular pero que pocos sentimos, amamos, experimentamos como propios.
Pensaba esto hoy mientras volvía a casa tras ver por enésima vez Citizen Kane, Ciudadano Kane en el BFI. Últimamente voy al cine como si se acercase el momento en que ya no iré al cine nunca más porque no habrá cines. A pesar de los continuos cuestionamientos (uno de los puntos de inflexión de mi vida profesional fue cuando, en 2004 un alumno me dijo que clase sin morderse la lengua que Ciudadano Kane era basura, un rollo insoportable: lo hizo con tanta contundencia que no supe qué responder) Ciudadano Kane sigue viva en listas, en programas, en libros, en ciclos, en el canon. La gente más o menos la conoce (aunque he conocido a gente muy culta que no la ha visto nunca). Y sin embargo me parece importante algo de lo que se habla poco. ¿Cuántos la sienten? ¿Cuántos la mantienen viva? ¿Cuántos creen que sigue diciendo algo sobre el mundo? Creo que lo que se está perdiendo es esta experiencia del cine que hace que nos hable de nuestras vidas, de nuestro presente. Ciudadano Kane no es un objeto arqueológico. Es una historia que nos habla, ciertamente de los Estados Unidos, más en general sobre el capitalismo, pero también sobre nosotros, sobre nuestro deseo. Cada vez que veo Ciudadano Kane encuentro nuevas voces, nuevas claves, nuevos significados. No voy a contar aquí mi relación con esta película, pero el caso es que para mí no es simplemente un objeto de discusión sobre su lugar en el canon o un tema que explico en clase. Ciudadano Kane me ayuda a entender la vida, de hecho Ciudadano Kane, como sucede con varios cientos de películas, es algo que vivo.
Y a lo que voy es a esto: mi paso por este mundo sera sin duda totalmente insignificante, pero creo que sí tiene un pequeño valor. Soy como esas personas al final de Farenheit 451 o, si me lo permite, como Lluis: en mi caso alguien que ha visto películas, que las recuerda, que las transmite, alguien que guarda memoria y la articula, que actualiza lo que ciertas formas artísticas significaron. Soy el niño al final de Camelot que va a contar la historia del Rey Arturo (la comparación es de Aaron Sorkin en The Newsroom). No es, me temo, algo que sea muy recompensado o admirado. Claramente no da likes a nadie. Pero creo que es lo poco útil que tengo en mi trayectoria. Hasta mi muerte seré uno en esa minoría que todavía recuerda, que vive, que actualiza a Sirk, a Murnau, a Von Sternberg, a Fellini, a Welles, o a Sondheim, a Gershwin, a James, a Nabokov, a Carroll, a Twain o Capote. Más allá de las listas, de las anécdotas y de las valoraciones, somos pocos y quedamos cada vez menos. Pero creo que el mundo será un lugar más pobre cuando no estemos y todas esas figuras sean gestionadas por algoritmos sin intervención de una inteligencia humana. Por lo que a mí respecta me gustaría pasar el resto de mis días no entre gente que cataloga o “conoce” cosas, sino entre gente que ha sentido esos libros, esas músicas, esas imágenes, esas historias.
Y ésta es una de las cosas que quería decir en Crónica de un devenir.
Llevo años haciendo acompañamiento como voluntario a una mujer mayor. En enero el ayuntamiento la llevó a una residencia, dado su estado físico. No tuvo tiempo de llevarse mas que varias mudas.
La casa estaba llena de recuerdos, especialmente dvd y libros. Libros de novela negra y dvd de cine de todos los tiempos, muchos en blanco y negro.
En su desesperación de como ha dejado atrás todo lo que amaba, especialmente sus recuerdos, me contó que tras marchar se los han llevado casi todo. Bueno, han dejado todos los libros y los dvd, en Sant Antoni no los quieren ni a peso.
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