La cosa no pintaba bien este año, la verdad. Para mí la insistencia en “celebrar” el cincuentenario de Stonewall era paradójicamente un signo de falta de sensibilidad hacia la Historia. Uno ha de recrear el espíritu de Stonewall, pero en las nuevas circunstancias. Lo que había que hacer con Stonewall era problematizarlo, no celebrarlo. Y a eso se añadía que la palabra “gay” está despareciendo en los mensajes institucionales (a veces sustituida por un estúpido acrónimo, otras ni eso, era “orgullo”, así, en general, como en “orgullo de raza” o “en mi casa no hay ni una mota de polvo”). Encima estábamos en plan “amor” esto y “amor” lo otro. Como decía Tina Turner: ¿Qué diablos tiene que ver Stonewall con el amor?. Esto no va de amor. El amor es cosa de todos. Lo nuestro es que por preferir o ser de cierto modo nos odian. Vamos, que el orgullo daba toda la impresión de haber sido organizado por Disney. Pero me equivoqué.
No contaba con Ciudadanos, ese partido cuyos métodos siempre tienden al espectáculo pero que tiene un corazón helado y unas ideas limitadas y que en su afán por estar va a acabar por no ser. Ciudadanos se creyó aquello de que la cosa iba de simple celebración y por lo tanto quería unirse a la fiesta y hacerse pasar por cool. Es lo que hacen todos los partidos, por otra parte. Así que a pesar de su desprecio por la agenda del orgullo (un desprecio que no enunciaban pero que estaba implícito en sus alianzas y en sus silencios) quisieron sumarse a la fiesta. Y se encontraron con que no. La gente no les quería. Hasta aquí, es posible que hubiera un cálculo cínico: “que nos insulten las rojas movilizadas y sacamos réditos y les decimos que son unas fascistas”. Y, os voy a ser sinceros, en un primer momento pensé que les podía salir bien la jugada. Nunca se sabe: ciertamente sacarán algún beneficio. Pero leyendo reacciones estoy de acuerdo con que es posible que les haya salido el tiro por la culata.

Sí, claro, si el Orgullo es simple celebración de la diferencia todos son bienvenidos. Hala, a celebrar diferencias (aunque si todos somos diferentes alguien me tendrá que explicar qué diablos hay que celebrar). Pero es que celebrar diferencias no es celebrar nada concreto. Puede celebrarse cualquier día, en cualquier comento. Todos somos diferentes. Hasta Inés Arrimadas es diferente. Ser “diferente” o “diverso”, que se dice ahora, es como no decir nada. Así, de una manera inesperada recordamos que no se trata de celebrar la mera diferencia, sino de luchar por una diferencia que es nuestra.
Y al crear discurso en ese sentido sucede algo maravilloso: nos estamos dando cuenta de que nuestra diferencia no es cualquier diferencia. Que sí, hay gente que cree que la diferencia en general está bien pero que cuando tienen ocasión de aprobar una ley que garantice nuestros derechos miran a otro lado, y cuando se trata de parar los pies a quienes no están a favor de la diferencia y que quieren destruir nuestra diferencia no lo hacen. El orgullo iba precisamente de esto. Y entonces vemos que en realidad nuestra diferencia les importa un bledo. Además nos damos cuenta de que nuestra diferencia es importante, que hay algo en juego. Y lo que era mera celebración empieza a convertirse en otra cosa.
Lo que había en juego en realidad es la madre de todos los debates sobre la cosa queer en estos tiempos: si el orgullo es simplemente “una fiesta” o es “algo más”. Hace unos días parecía que íbamos a quedarnos en lo primero. Pero gracias a Ciudadanos se han dibujado líneas de tensión y empezamos a comprender que si sólo es fiesta, no es nada, que somos algo más que diversos, que van a tener que escucharnos, que tenemos mucho que perder y mucho que ganar, y que no vamos a dar un paso atrás. Que esto iba de política.