Cine: críticas y reseñas, Cultura

I am not Your Negro (Raoul Peck, 2016)

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Una de las ideas que resuenan una y otra vez en las palabras de James Baldwin en el documental I Am Not Your Negro es la del negro como una patología de la sociedad estadounidense. Baldwin insiste en el negro como una fantasía específica, y que no se sintió “negro” cuando vivió en París a finales de los cuarenta. ¿De dónde vino la idea de “inventar” al negro? ¿Qué distorsión de lo humano les hizo llevar a un grupo de inviduos a un lugar donde no querían estar? ¿Por qué se llenó la categoría de unos significantes específicos, a qué fantasía cultural responde el negro? Y sobre todo, ¿cómo se perpetua una idea del negro a lo largo de los siglos que tiene consecuencias deshumanizadoras para toda la sociedad?

Raoul Peck utiliza las palabras de Baldwin en sus escritos, en sus apariciones televisivas y en coferencias acadmémica, así como un proyecto que dejó inacabado sobre tres grandes activistas que murieron asesinados. Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King sufrieron muertes violentas entre 1963 y 1968, y aunque sus soluciones al problema podían diferir, Baldwin nos habla de que en último término su diagnóstico fue bastante similar. Más que una película “sobre” Baldwin, I Am Not Your Negro aparece como una película “de” James Baldwin, en la que su estilo claro, sus ideas contundentes, su mirada, su pasión y su compromiso destellan en cada sección, estableciendo vínculos entre su experiencia personal, la Historia, la política y la cultura que dan una imagen compleja del racismo en los Estados Unidos.

Aunque la película se centra en reflexiones articuladas en la era de la lucha por los derechos civiles en los años sesenta, resulta descorazonador que las preguntas y las reflexiones de Baldwin sean hoy, más que simplemente relevantes, urgentes en la era de Black Lives Matter. Es cierto, se ha cumplido con una puntualidad asombrosa la profecía de Bobby Kennedy a mediados de los sesenta de que “en cuarenta años” habría un presidente negro. Pero, si leo bien su respuesta a aquella predicción, no estoy seguro de que esto hubiera tranquilizado a Baldwin. Obama vino y se fue. Se ha cruzado una frontera simbólica (y esto no carece de importancia), pero las ideas, las mismas ideas que se articulan en los escritos de Baldwin siguen vivas. Probablemente nada de lo que escribe Ta-Nehisi Coates en su best-seller del 2015 Between the World and Me (que utiliza el formato de una carta de un padre negro a su hijo) hubiera modificado las reflexiones del escritor: ser negro sigue siendo una categoría marcada, las mitologías siguen ahí, y lo que la era Obama pudo producir en términos de esperanza se va deshaciendo en la era Trump.

De hecho que Trump siguiera a Obama constituye una confirmación de estas ideas: cuando a Baldwin se le recuerda a principios de los setenta que se han hecho avances, él insiste en que el problema es simbólico, que no se trata simplemente de cambiar leyes, sino de una mayor implicación, que nada realmente cambiará si la sociedad blanca no se mira a sí misma, a sus presupuestos y a lo que cada uno de ellos siente cada día con respecto al negro. Para el escritor, la fantasía (una fantasía en la que apunta elementos antropológicos, políticos e incluso eróticos) sobre el negro es central al imaginario estadounidense y cuestiona otras fantasías más utópicas sobre el sueño americano y cómo se ve Estados Unidos como nación.

El título de la película merece atención: “No soy tu negro” (me parece irritante la tendencia de los subtituladores a traducir “negro” por “negrata” una palabra contemporánea que niega la carga histórica del tema) incide en un aspecto crucial de toda política de grupos frente al poder: “quién cuenta la historia”, quién construye los estereotipos, quién los difunde y por qué ciertos tipos perviven a pesar de la incesante lucha por destruirlos. Baldwin era homosexual y podría haber dicho lo mismo sobre la política gay, aunque es posible que en los momentos que aparecen en la película no tuviera acceso a este discurso. El problema, se nos sugiere, es que el discurso se controla desde posiciones muy precisas, que copan las partes más atractivas de las dinámicas culturales. Para Baldwin fue importante la aparición de Harry Belafonte y de Sidney Poitier en el cine de los cincuenta, como estrellas negras, pero reconoce que sus historias siempre se contaban desde posiciones blancas que les restaban potencial revolucionario. Baldwin resiste la idea de ser el negro de esas fantasías, el negro que los blancos, por patología o por interés, han creado. No, Baldwin, como nos recuerda, no es negro: es un ser humano.

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