
Y paradójicamente, es también una película difícil. Para mí es difícil entrar en un mundo de matrimonios arreglados, niñas prometidas a hombres, dominación, religión y tradición. La película no hace nada por seducirnos, por convencernos de que hay valor en estas actitudes. Esto que éticamente es una cualidad se hace duro para el espectador, que se encuentra en un mundo ajeno, más allá de la historia, sin apoyaturas, incapaz de (o reacio a) entender en qué se basan las relaciones entre los personajes, confuso durante gran parte del metraje a la hora de establecer complicidades o enfrentamientos. Relacionado con esto, la narrativa no es siempre fácil de seguir. Supongo que conocimiento de las claves de las sociedades rurales de Bangladesh llenarían varios huecos de significado, pero la verdad es que gran parte de los espectadores occidentales carecen de estas claves. Es difícil saber qué comportamientos son conservadores o rebeldes, o hasta qué punto lo son, cuándo los personajes cruzan la línea roja de lo aceptable, qué indigna o apena. Nuestra perspectiva del mundo que pulula a las orillas del río Titas es inescapablemente ajena y esto puede conducir al desinterés si uno no sabe a qué se enfrenta
Viéndola pensé en la crucial aportación del sistema narrativo clásico. Sus detractores le reprochan hacer las tramas predecibles y construirlas sobre clichés narrativos. Esto es cierto. Pero lo contrario es lo que tenemos aquí. Una narrativa en la que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento y cuyas motivaciones no acabamos de entender. La psicología que articula el modelo narrativo clásico es, sin duda, falsa o superficial, la lógica es limitada y simplista. Pero lógica y psicología son reconocibles y así nos permiten seguir la evolución de los eventos. Eventos que no serán ambivalentes o complejos, pero que todavía podrán, a partir de cierta puesta en escena y ciertos rostros, comunicar algo concreto sobre el mundo. En Titas, la protagonista Basnati cambia de opinión y actitud varias veces en cinco minutos pasando de la rabia a la tristeza, el reproche o la desolación. Hay en estos cambios una verdad psicológica, probablemente más fiel a la realidad que en la lógica del clasicismo. Pero son difíciles de seguir y nos parecen torpes. La falta de artificialidad puede conducir al desinterés. El modelo clásico habría buscado unas transiciones mejor articuladas, que el espectador medio pudiera entender. Ninguna película clásica puede ser grande en el sentido en que A River Called Titas es grande. Pero el impacto cultural de Titas será siempre más reducido que el de cualquier película clásica.