Se estrena La bella y la bestia y resucitan viejos debates. Walt Disney era, como sabemos, un señor reaccionario y sus productos durante décadas seguían el guión estándard del heterosexismo. Pero esto no es el final de la historia, especialmente desde que la categoría queer reemplazó en el pensamiento de género a la más cerrada de “gay”. En cine la nueva categoría resulta especialmente relevante porque, creo, refleja mejor la fluidez con la que la fantasía del espectador se enfrenta a la imagen. El espectador gay es un espectador pensante y racional, el imaginario queer puede reconstruir tramas y crear identificaciones más allá de la lógica narrativa. Así, más allá de sus intenciones, el cine Disney, que por estética y público tiene que renunciar a las complejidades del realismo, acaba por ser inevitablemente queer. En otro texto de este blog comentaba las reverberaciones de El libro de la selva, un clásico cripto-queer. Pero por supuesto había mucho más: el niño que sufre bullying puede dar sentido a su experiencia si se ve reflejado en Dumbo, el elefante que de ser un orejotas con quien todo el mundo se metía, aprendió a volar y se convirtió en estrella del show business; no hay nada heterosexual en las aventuras de Pinocho; Gus Gus y Jack Jack en Cenicienta se sospechó que eran más que amigos y los guiños en Pixar dan para varios ensayos. Por no hablar todos esos enanos, adláteres, institutrices, camas que vuelan, niños con imaginación desbordante y una resolución de los conflictos a través del escapismo y el color que rima bastante bien con la experiencia del niño queer o con sus necesidades emocionales, sobre todo cuando se enfrenta a un mundo adverso. Los coqueteos con este tipo de trama se han hecho más contundentes en las últimas dos décadas, y ahora la versión en imagen real de La bella y la bestia confirma de manera más o menos explícita todo lo que en otras películas se apuntaba.
Aunque para nada la película más queer del canon Disney, lo que resulta interesante es que por primera vez es que hay una intencionalidad. El director del musical es Bill Condon, que tiene la distinción de conseguir que una película con un punto de vista explícitamente queer, Dioses y monstruos (1998) recibiera premios y nominaciones mainstream con un mínimo de concesiones a la galería, años antes de la mucho más contenida Brokeback Mountain (lo interesante del biopic sobre James Whale no es tanto su protagonista como que de manera descarada invita al espectador a identificarse con su mirada lúbrica y homoerótica, algo que el melodrama de pastores gays no se atrevió a hacer). Los elementos queer de la película son sutiles, pero son claros y se han publicitado. Me refiero especialmente al personaje de LeFou, interpretado por Josh Gad, que da la impresión de ser uno de esos muchachos queer en el instituto que admira al chico guapo de la clase y que a costa de mantener el armario y convertirse en una especie de bufón es tolerado. Al personaje se le da un arco de desarrollo cuando se le dice que “merece algo mejor” y en un breve instante al final se le empareja con uno de los matones que descubre que le sienta bien un traje de noche. No es nada radical, pero tampoco se oculta nada. Disney, que siempre supimos que era queer, ha salido tímidamente del armario.
Puede alegarse que no tenían mucho que perder: como en el caso del “día gay” en los parques de atracciones, sabían que era negocio hacer algo así, otras compañías lo han hecho, reporta ingresos y la corporación contemporánea es proclive a dejar de lado la homofobia si puede ganar más dinero; además es cierto hoy en día sólo los paletos y los políticos cínicos hacen alarde de homofobia. Pero hay algo más: al hacerlo por fin de manera explícita, el tema se pone sobre la mesa. La claridad con que aparece una mirada queer en La bella y la bestia la convierte en un sutil instrumento pedagógico, una manera de hablar del tema en público. Ahora si un profesor utiliza esta trama en una clase para ejemplificar la necesidad de ser uno mismo en un contexto real, al menos nadie le va a poder acusar de estar inventando nada, ni de hacer “ideología de género”. Esto no ha detenido a los paletos, por supuesto: En algún cine de los Estados Unidos se ha prohibido, y Rusia y Malasia se están pensando qué hacen con esta película. Hay un interés en mantener viva la homofobia. Pero también se trata de gente que, hoy por hoy es fácil de ridiculizar. Tenemos que recordar que siempre, especialmente hoy, habrá gente y políticos que utilicen lo que sea para llamar la atención. No, lo de Lefou no es un gesto radical: no se habla directamente de sexo, no se hace un alegato, pero a veces son los pequeños gestos los que permiten mayores cambios y uno siempre piensa en el chaval de diez años que esta a punto de convertirse en un Lefou pero que gracias a la película llega a la conclusión de que no le merece la pena y que, de hecho, merece algo mejor. .
You’re so sweet! Thanks so much for reading! And that event sounds wonderful. Wish I was home for it!
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